martes, 9 de octubre de 2007

Auto-ayudador se ofrece


¿Por qué en la sociedad de consumo, los libros de autoayuda se venden como pan caliente? Hay varias respuestas posibles. Por un lado, los autores de dichos libros creen tener herramientas para ayudar a otros, pero en el fondo sólo se ayudan a sí mismos para incrementar su capital. Es válido dirán muchos, sobretodo quienes consumen esta literatura. Bucay, Coelho, Chopra, entre tantos otros gurúes son dueños de su propia religión. El culto a sentirse bien gracias a ellos. Por otro lado, las sociedades globalizadas necesitan sentirse cómodas consigo mismas, ser cada vez más idénticas entre sí. A modo de equipararse copian sus costumbres y hasta sus problemas. Esto conlleva a una pérdida de identidad como sociedad que inevitablemente conduce al individuo a no reconocerse como tal.
¿No sería más fácil dejar de ahogarse en un vaso de agua? La moda genera necesidades inútiles como la autoayuda. Escribir líneas y líneas sobre el amor, el deseo tomando viejas historias para adaptarlas con ansias de ganar dinero no me parece mal, lo que si me parece triste es que el público que las consume busque soluciones fuera de sí mismo.
Quizás lo que se está leyendo en este momento, puede parecer lo mismo y quizás lo sea. De hecho, quien lo escribe podría considerarse igual, mejor o peor que quienes dicen ser los “ayudadores oficiales”. Ahora bien, quien escribe, reconoce que lo hace simplemente por un deseo egoísta de descarga de sentimientos, ideas, sensaciones, pensamientos que habitan dentro de él. Si alguien lee esto y se siente identificado, sabrá que hay, al menos una persona parecida en el mundo que últimamente escribe sólo como descarga.
Resulta una terapia interesante “escribirse” sin represión. Imaginen por un momento escribiendo, diciendo todo lo que piensan. Es una descarga emocional que puede evitar caer en problemas mayores. Está demostrado históricamente que la represión conduce a explosiones incontrolables. Individualmente ocurre lo mismo: cuanto más se reprime, mayor será el sufrimiento en el corto, mediano o largo plazo.

viernes, 5 de octubre de 2007

Auto-ayuda (sin frenos)


Hay ganas internas de seguir diciendo algo para quien quiera leerlo...
Es fuerte lo que se quiere decir y lo que se dijo. La verdad es que nada de lo que se escriba es fuerte ya. Desde que el hombre hace uso de su razón y de su capacidad de expresión ha escrito todo lo que quiso. Por ello fue venerado y odiado en similares proporciones. Pero lo verdaderamente fuerte de estos escritos fueron sus efectos. Biblias, Talmudes, Coranes y demás libros religiosos se transformaron en recetarios de autoayuda demasiado abstractos para una mayoritaria sociedad hambrienta de soluciones rápidas para problemas absurdos. Nacieron otros exponentes que derivaron del psicologicismo. La ayuda de la fe fue ayudando cada vez menos para dejar lugar a la ayuda de la psiquis.
En la Argentina, los psicólogos superan en número a muchos otros profesionales. De seguro, muchos de los que eligieron dedicarse a este campo fue por puro egoísmo. O sea para encontrar en los libros, la solución o al menos las herramientas para solucionar su vida. Algunos lo hicieron y dicen que son felices, otros se arrepintieron y se dedicaron a estudiar lo que realmente querían, mientras que otros no saben muy bien que quisieron decir Freud, Jung, Lacan, Pichon Riviere, entre otros.
Después está ese grupo que dejó el egoísmo de lado y se dedica a ayudar a otros. Psicólogos que ejercen desde el voluntariado anónimo en hospitales, neuropsiquiátricos, casas particulares, bares, etc. Existe también una amplia gama de psicólogos espontáneos. Son aquellos consejeros compulsivos que están siempre listos para dar la adecuada solución cuando muchas veces no saben como resolver aspectos cotidianos de su propia existencia. Con esto quiero decir que la solución a muchas de las dificultades que aparentemente nos subyugan en lo cotidiano, están y existen en nosotros mismos.
Por mi experiencia, puedo afirmar que ni la autoayuda, ni el psicoanálisis, ni la religión, ni los amigos, ni la pareja, ni la filosofía, ni lo que hayamos elegido por sí sólo nos ayudarán a alcanzar la felicidad.
Es simple. La autoayuda es limitada en el sentido de basarse pura y exclusivamente en nosotros mismos. Todo pasa por uno. Por el ser. El problema y las herramientas para solucionarlo. “Ayudándonos a nosotros mismos, ayudamos al otro” es una de las máximas más repetidas entre los consumidores de esta neo literatura (no tan neo, en realidad). Nos dicen que seamos felices, a pesar de todo, que sigamos el camino de la felicidad, que nosotros somos el centro del mundo, nos cuentan historias que al terminar de leerlas decimos o pensamos: ¡Qué bárbaro, que lindo, quiero hacer esto o por qué no lo vi antes, que ejemplo, mi vida puede ser distinta si me atengo a esto! Entonces sigo leyendo, compro otros libros de ese autor que me hace sentir tan bien, que me deja pensando en lo feliz que debe ser y en lo infeliz que yo soy. Encima cuando hablo de este autor y de lo que me produjo (si es que me animo) escucho a otros recomendarme a otro autor que le produjo las mismas sensaciones. Enseguida trato de encontrar a ese otro gurú y cuando lo hago, compro su libro, empiezo a leerlo y pienso: efectivamente, soy demasiado infeliz, hay cosas que podría cambiar, mi vida no es la que quise o proyecté, mejor sigo leyendo a ver qué puedo hacer de ahora en más para alcanzar la felicidad y dejar de tener problemas. Y así sucesivamente: leo, pienso, hablo, escucho, compro y leo. El círculo de la autoayuda puede ser virtuoso durante un tiempo, pero tarde o temprano se convierte en un vicio más que adorna nuestros días, tardes, noches y en los casos más tristes, toda nuestra existencia.
Vamos al psicoanalista. Al no poder resolver nuestros propios problemas con la autoayuda nos encontramos de golpe en el medio de un laberinto que en la mayoría de los casos es mental. Nuestros amigos, familiares, nadie nos entiende o nadie nos escucha, somos impotentes para resolver uno o más problemas que nos aquejan. Creemos que si vamos a terapia, podremos obtener ayuda de un profesional y así lograr sobrellevar el peso de este o estos problemas que tanto nos perturban y no podemos resolver. A muchos los ayuda encontrar nuevas herramientas, hasta el momento desconocidas para resolver esos problemas mientras que a otros no les sirve y siguen buscando por otros lados.
Una terapia exitosa radica en hablar de sí mismo, en RE-conocerse, encontrar aspectos hasta el momento quizás desconocidos. El terapeuta escucha y pregunta. Al bucear en nuestro interior nos encontramos con aspectos que quizás no conocíamos o creíamos demasiado ocultos para que influenciaran directamente sobre nosotros. La relación con nuestros padres, hermanos, abuelos, tías, tíos, primos, amigos, amigas, esposas parece que son fundamentales en nuestros actos. Todo nuestro pasado influye en nuestro presente y peligrosamente quizás determine nuestro futuro aunque no nos queramos dar cuenta. Y necesitamos a un profesional que nos diga que esto es así porque estamos demasiado “contaminados” para darnos cuenta.

jueves, 4 de octubre de 2007

No queda tiempo ni para ser egoísta


Es necesario fingir que el humano no es egoísta para sobrellevar una existencia conforme a lo establecido. Si todos reconociéramos nuestra naturaleza, pasaríamos a ser seres infelices y solitarios que sólo lograrían conformarse a sí mismos.
¿Existen las discusiones? Parece obvio que sí, sin embargo si las analizamos racionalmente pueden resultar muy estúpidas. No existen motivos reales para discutir a menos que se reconozca la naturaleza egoísta en el ser humano. Los “finales felices” de las discusiones radican en “ceder” a la posición contraria: por amor, comodidad, masoquismo o hasta por el orgullo de creer que uno tiene la razón pero si se deja que el otro crea que la tiene, todo seguirá igual.
Cuando el hombre asume su papel instituido por la sociedad sabe que indefectiblemente cederá ante su naturaleza egoísta a cambio de estabilidad emocional. Parece un buen negocio aunque tarde o temprano, la naturaleza estallará en arrebatos que pueden desembocar en la idealización del propio Yo. Se creerá que no necesita a nadie más, excepto para satisfacerse y estar más cómodo y comenzará a replantearse nuevamente la necesidad de ceder ante su propia naturaleza.
He aquí otra de las cuestiones que deberá sobrellevar quien quiera ser feliz desde su emancipación hasta la tumba. ¿Acepto el bienestar que me proporciona una mujer dispuesta a amarme y a hacerme feliz? ¿Me dedico a evitar discusiones para lograrlo? O reconozco mi naturaleza, se lo digo, espero que me comprenda, mientras en el fondo pienso que sólo por mi cuenta estaré mejor...
El mejor camino es el de la experiencia de los buenos momentos. Hay que reconocer que mientras mejor estamos, más dura puede ser la caída, debido justamente a ese acostumbramiento al bienestar. Si alguna vez afrontamos situaciones límites 100% egoístas, estaremos mejor preparados para una caída, aunque si mantenemos una línea recta y extensa de bienestar e incluso creemos que es “para siempre”, más traumático y vertiginoso puede ser el descenso hasta nuestra naturaleza.
¿Nos conviene asumirnos como seres egoístas? Quizás sea lo más honesto y lo menos dramático para la otra persona. Pero justamente por esta misma naturaleza es que no lo hacemos y sólo pensamos en nosotros y en lo que queremos que los demás piensen de nosotros. Es decir, quien se asume como egoísta es menos egoísta que quien no lo reconoce y lo oculta bajo una máscara altruista y solidaria.
Ahora bien, ¿qué pasaría si el ser humano reconociera en masa su naturaleza egoísta? Quizás se produciría una reacción en cadena de actos egoístas que posiblemente concluya en un Apocalipsis de humana honestidad.
Por ejemplo, se volvería a los tiempos en los que el hombre tenía que luchar por sí mismo, sin fronteras, patrias, sueldos, mujeres o hijos que le sirvieran como fundamento. Por lo tanto, ¿cuándo el hombre comienza a fingir que no es egoísta? Pues cuando comprueba lo que puede obtener sin realizar tanto esfuerzo como el que hacía cuando lo era.
Pero esto no puede servirle a nadie en el siglo XXI cuando las computadoras ya lo hacen todo por uno. Ni siquiera queda tiempo para ser egoísta, apenas uno puede sentarse a escribir sus descargas emocionales luego de una discusión estúpida que le produjo insomnio y lo dejó pensando en escribir estas palabras que tarde o temprano se transformarán en un libro que probablemente no lean más que los amigos de este mediocre escritor que ni siquiera es un buen egoísta.

miércoles, 3 de octubre de 2007

Noche en picada


Ahora es el instante eterno. Ese que al plasmarlo pasa a ser inmortal. Será recordado como un momento de felicidad que pasó sin pena y con gloria...
De ahora en más, la noche va en picada y no promete mucho más que algunas letras y sensaciones encontradas. Demasiado poco para alguien que siempre creyó ser algo más que unas palabras bonitas...

martes, 2 de octubre de 2007

Juguemos a ser libres (mientras la razón no está)


Ahora el deseo renace en la hoja virtual. Ya no recurro a la hoja de papel como antes. Será por la neo-comodidad que me tiene preso. Quiero plantear un desafío sencillo: imaginar que uno es libre. ¿Fácil, no? Ahora pensar por un momento en todo lo que se tiene ganas de hacer. ¿Listo? Bueno, ahora preguntarse por qué no se hace...
Seguramente se hará “cuando llegue el momento”, “cuando se den las condiciones”, “se está haciendo todo para hacerlo”, “falta algo para poder concretarlo”, “se hace aunque no se sabe qué, por qué o para qué”, quizás no se sabe realmente qué es lo que se tiene ganas de hacer. En fin, pueden ser una o más de estas opciones. Otros seguramente no lo hacen por temor, cobardía, miedo, entre otros sinónimos. ¿Existe un problema cuando no hacemos lo que realmente queremos? La respuesta parece obvia, pero no lo es tanto.
Me voy a someter a mi propio juego y les sugiero hacer lo mismo, al menos para quitarse alguna que otra capa de angustia y / o incertidumbre propia de todos nosotros, los mal llamados escritores y a veces mal denominados humanos.
En mí residen la razón y el instinto. Ambos no se llevan del todo bien. Uno quiere prevalecer sobre el otro y viceversa. Mi desafío es lograr el equilibrio entre ambos y hasta el momento no hay un claro ganador. ¿Pero qué pasaría si uno se impone sobre el otro?
¿En qué me transformaría? Parece sencillo elucubrar una hipótesis, pero desde ya que sería contradictoria.
Estoy sentado frente a una computadora, escribiendo, pensando, reflexionando, razonando...¿ganó la razón? En lugar de estar haciendo esto, podría estar en otro lugar, dejándome llevar por el vicio pasajero, por la incertidumbre, por la angustia propia que lleva a vivir el momento y olvidar el antes y el después. En ese caso, ¿habría ganado el instinto? Es posible, pero ¿por qué no pensar que hay un instinto engañoso? Uno que nos lleva a creer que estaríamos mejor si dejamos de hacer aquello que estamos haciendo. Seguramente esta última hipótesis sería la más cómoda y la cual serviría de justificativo a la mayoría mediocre que “sobrevive” en este mundo sin saber muy bien por qué.
Ahora bien, si uno se reconoce como mediocre y no hace nada para dejar de serlo...
Aquí empiezan mis conflictos. Creo no ser mediocre, no del todo...
Momento clave, en el cual mi razón y mi instinto chocan...
Me salgo de mí y vuelvo a la historia quizás por la propia inseguridad que tengo sobre mí mismo.
Dos ejemplos: Nietszche y Descartes. El primero es considerado por sus detractores como un “no filósofo”. Un escritor maldito que era demasiado peligroso para serle fiel. ¿Pero por qué era peligroso? Justamente por su honestidad intelectual. El dijo que “el hombre era el más enfermizo de los animales, ya que es el único que no sigue su instinto”. Resultó fácil para muchos contradecir a Nietzsche en ese sentido, basándose en que el escritor alemán obviaba la razón.
Ahora bien, si tomamos el caso de Descartes, el giro es inverso. Un filósofo que intenta demostrar la existencia de Dios. ¿Cómo pensar que no existe Dios, si existe su idea en los hombres? Podemos pensar a Dios, por lo tanto, existe. Si el hombre tiene la idea de Dios, de seguro existe, a menos que el hombre sea irracional. Parece coherente, al igual que Nietzsche.
Pero si existieron Nietzche y Descartes como polos opuestos, es posible pensar que ambos se equivocaron o que ambos estaban en lo cierto. Quizás uno tenía la verdad y el otro sólo era un delirante. ¿Y por qué no podemos pensar simplemente que ambos tenían necesidad de sostener sus verdades para trascender y diferenciarse de la mediocridad de sus tiempos? Ninguno de los dos era un mediocre por definición. Ambos escaparon del común del pensamiento de sus épocas y entornos. Los dos tenían necesidades intelectuales y ahora son recordados y estudiados como meros representantes de ideas antagónicas, aunque no tanto. Cada uno se basaba en una parte del hombre: el instinto y la razón. Pero a modo de Ying y Yang de la Filosofía, se complementaban.
Nietzsche fue demasiado racional. De lo contrario no hubiera pasado su vida escribiendo y luego postrado por una enfermedad terminal. Fue de los pensadores más racionales de la historia al plantear su teoría en lugar de practicarla.
Descartes, por el contrario, obvió el costado animal del ser humano y se encarceló en teorías demasiado abstractas para una especie “animal-racional”. ¿Cómo es posible pensar que hay un “genio maligno” que le dice al hombre aquello que no quiere oír? Cabe pensar que el filósofo francés fue una víctima más de la guerra del opio. Lo cual, no es condenable, ni mucho menos. Pero sostener su pensamiento racionalmente de seguro ha enfrentado a más de un cartesiano consigo mismo. Ese “genio maligno” es parte del hombre, no es externo.
Muchos que se consideran “inteligentes” y/o “reflexivos” obligan a una convención de “introducción, nudo y desenlace”. No tienen en cuenta la incoherencia propia del ser humano. Esa que nos lleva a plasmar las ideas de manera cruda, sin cocción y seguramente sin digestión. De seguro, no podrían concebir una literatura libre de prejuicios académicos y sólo librada al azar de la necesidad de expresarla sin concesiones.

lunes, 1 de octubre de 2007

Siguiendo una línea...


Siguiendo una línea por así decirlo, vuelvo a las palabras. Quizás ellas sean las únicas que sirven para mí. Las que están en estos momentos de angustia e incertidumbre creativa. Son extrañas, porque cuando me siento bien no las necesito en la hoja, sino en mi boca. No se si son las mejores aliadas porque a veces pueden resultar autodestructivas. Son como una droga que junto a la música, el vino y el cigarrillo me acompañan mejor que nadie. Ninguna persona puede hacerme sentir como ellas cuando me piden nacer. Ellas son mías y de nadie más. Son fruto de mi solitaria y egoísta necesidad. Es raro, pero en estos momentos son ellas las únicas capaces de darme cierto sosiego. No me pregunto porqué. Sólo me dejo llevar y las vuelco como mejor se sienten. Me siento un tanto servil al someterme a ellas, pero la sensación de serenidad que me proveen creo que bien lo vale. Reconozco que al leerlas, muchas veces me hacen sentir menos que muchos, pero eso le pasará a esos muchos también con respecto a otros muchos y así eternamente. ¿Qué triste buscar consuelo en las sensaciones de otros, no? Será que no logro centrarme en mí mismo y necesito buscar en otros lo que para mí quisiera. Es difícil encontrarse con el verdadero Yo y todas sus miserias, pero creo que más miserable sería negarse a buscarlo.