martes, 2 de octubre de 2007

Juguemos a ser libres (mientras la razón no está)


Ahora el deseo renace en la hoja virtual. Ya no recurro a la hoja de papel como antes. Será por la neo-comodidad que me tiene preso. Quiero plantear un desafío sencillo: imaginar que uno es libre. ¿Fácil, no? Ahora pensar por un momento en todo lo que se tiene ganas de hacer. ¿Listo? Bueno, ahora preguntarse por qué no se hace...
Seguramente se hará “cuando llegue el momento”, “cuando se den las condiciones”, “se está haciendo todo para hacerlo”, “falta algo para poder concretarlo”, “se hace aunque no se sabe qué, por qué o para qué”, quizás no se sabe realmente qué es lo que se tiene ganas de hacer. En fin, pueden ser una o más de estas opciones. Otros seguramente no lo hacen por temor, cobardía, miedo, entre otros sinónimos. ¿Existe un problema cuando no hacemos lo que realmente queremos? La respuesta parece obvia, pero no lo es tanto.
Me voy a someter a mi propio juego y les sugiero hacer lo mismo, al menos para quitarse alguna que otra capa de angustia y / o incertidumbre propia de todos nosotros, los mal llamados escritores y a veces mal denominados humanos.
En mí residen la razón y el instinto. Ambos no se llevan del todo bien. Uno quiere prevalecer sobre el otro y viceversa. Mi desafío es lograr el equilibrio entre ambos y hasta el momento no hay un claro ganador. ¿Pero qué pasaría si uno se impone sobre el otro?
¿En qué me transformaría? Parece sencillo elucubrar una hipótesis, pero desde ya que sería contradictoria.
Estoy sentado frente a una computadora, escribiendo, pensando, reflexionando, razonando...¿ganó la razón? En lugar de estar haciendo esto, podría estar en otro lugar, dejándome llevar por el vicio pasajero, por la incertidumbre, por la angustia propia que lleva a vivir el momento y olvidar el antes y el después. En ese caso, ¿habría ganado el instinto? Es posible, pero ¿por qué no pensar que hay un instinto engañoso? Uno que nos lleva a creer que estaríamos mejor si dejamos de hacer aquello que estamos haciendo. Seguramente esta última hipótesis sería la más cómoda y la cual serviría de justificativo a la mayoría mediocre que “sobrevive” en este mundo sin saber muy bien por qué.
Ahora bien, si uno se reconoce como mediocre y no hace nada para dejar de serlo...
Aquí empiezan mis conflictos. Creo no ser mediocre, no del todo...
Momento clave, en el cual mi razón y mi instinto chocan...
Me salgo de mí y vuelvo a la historia quizás por la propia inseguridad que tengo sobre mí mismo.
Dos ejemplos: Nietszche y Descartes. El primero es considerado por sus detractores como un “no filósofo”. Un escritor maldito que era demasiado peligroso para serle fiel. ¿Pero por qué era peligroso? Justamente por su honestidad intelectual. El dijo que “el hombre era el más enfermizo de los animales, ya que es el único que no sigue su instinto”. Resultó fácil para muchos contradecir a Nietzsche en ese sentido, basándose en que el escritor alemán obviaba la razón.
Ahora bien, si tomamos el caso de Descartes, el giro es inverso. Un filósofo que intenta demostrar la existencia de Dios. ¿Cómo pensar que no existe Dios, si existe su idea en los hombres? Podemos pensar a Dios, por lo tanto, existe. Si el hombre tiene la idea de Dios, de seguro existe, a menos que el hombre sea irracional. Parece coherente, al igual que Nietzsche.
Pero si existieron Nietzche y Descartes como polos opuestos, es posible pensar que ambos se equivocaron o que ambos estaban en lo cierto. Quizás uno tenía la verdad y el otro sólo era un delirante. ¿Y por qué no podemos pensar simplemente que ambos tenían necesidad de sostener sus verdades para trascender y diferenciarse de la mediocridad de sus tiempos? Ninguno de los dos era un mediocre por definición. Ambos escaparon del común del pensamiento de sus épocas y entornos. Los dos tenían necesidades intelectuales y ahora son recordados y estudiados como meros representantes de ideas antagónicas, aunque no tanto. Cada uno se basaba en una parte del hombre: el instinto y la razón. Pero a modo de Ying y Yang de la Filosofía, se complementaban.
Nietzsche fue demasiado racional. De lo contrario no hubiera pasado su vida escribiendo y luego postrado por una enfermedad terminal. Fue de los pensadores más racionales de la historia al plantear su teoría en lugar de practicarla.
Descartes, por el contrario, obvió el costado animal del ser humano y se encarceló en teorías demasiado abstractas para una especie “animal-racional”. ¿Cómo es posible pensar que hay un “genio maligno” que le dice al hombre aquello que no quiere oír? Cabe pensar que el filósofo francés fue una víctima más de la guerra del opio. Lo cual, no es condenable, ni mucho menos. Pero sostener su pensamiento racionalmente de seguro ha enfrentado a más de un cartesiano consigo mismo. Ese “genio maligno” es parte del hombre, no es externo.
Muchos que se consideran “inteligentes” y/o “reflexivos” obligan a una convención de “introducción, nudo y desenlace”. No tienen en cuenta la incoherencia propia del ser humano. Esa que nos lleva a plasmar las ideas de manera cruda, sin cocción y seguramente sin digestión. De seguro, no podrían concebir una literatura libre de prejuicios académicos y sólo librada al azar de la necesidad de expresarla sin concesiones.

1 comentario:

mar dijo...

mas alla de la literatura, de la filosofia y de la guerra del opio... esto es la explicacion profesional de la crisis de mar en si misma! no tengo razon, no siento mi instinto, no se por q no tengo ni siento...no se por q me pregunto por q no siento ni tengo!
q capsioso q me preguntes q me pasa, si vos lo tenes mas en claro q yo...
q capsioso q fuese mi cumpleaños...
aca es cuando pintan apenas la razon y el instinto , y de la mano: yo se razonablemente por q te quiero...pero mi instinto ya lo sabia... y ahora no lo se, lo vivo.