jueves, 4 de octubre de 2007

No queda tiempo ni para ser egoísta


Es necesario fingir que el humano no es egoísta para sobrellevar una existencia conforme a lo establecido. Si todos reconociéramos nuestra naturaleza, pasaríamos a ser seres infelices y solitarios que sólo lograrían conformarse a sí mismos.
¿Existen las discusiones? Parece obvio que sí, sin embargo si las analizamos racionalmente pueden resultar muy estúpidas. No existen motivos reales para discutir a menos que se reconozca la naturaleza egoísta en el ser humano. Los “finales felices” de las discusiones radican en “ceder” a la posición contraria: por amor, comodidad, masoquismo o hasta por el orgullo de creer que uno tiene la razón pero si se deja que el otro crea que la tiene, todo seguirá igual.
Cuando el hombre asume su papel instituido por la sociedad sabe que indefectiblemente cederá ante su naturaleza egoísta a cambio de estabilidad emocional. Parece un buen negocio aunque tarde o temprano, la naturaleza estallará en arrebatos que pueden desembocar en la idealización del propio Yo. Se creerá que no necesita a nadie más, excepto para satisfacerse y estar más cómodo y comenzará a replantearse nuevamente la necesidad de ceder ante su propia naturaleza.
He aquí otra de las cuestiones que deberá sobrellevar quien quiera ser feliz desde su emancipación hasta la tumba. ¿Acepto el bienestar que me proporciona una mujer dispuesta a amarme y a hacerme feliz? ¿Me dedico a evitar discusiones para lograrlo? O reconozco mi naturaleza, se lo digo, espero que me comprenda, mientras en el fondo pienso que sólo por mi cuenta estaré mejor...
El mejor camino es el de la experiencia de los buenos momentos. Hay que reconocer que mientras mejor estamos, más dura puede ser la caída, debido justamente a ese acostumbramiento al bienestar. Si alguna vez afrontamos situaciones límites 100% egoístas, estaremos mejor preparados para una caída, aunque si mantenemos una línea recta y extensa de bienestar e incluso creemos que es “para siempre”, más traumático y vertiginoso puede ser el descenso hasta nuestra naturaleza.
¿Nos conviene asumirnos como seres egoístas? Quizás sea lo más honesto y lo menos dramático para la otra persona. Pero justamente por esta misma naturaleza es que no lo hacemos y sólo pensamos en nosotros y en lo que queremos que los demás piensen de nosotros. Es decir, quien se asume como egoísta es menos egoísta que quien no lo reconoce y lo oculta bajo una máscara altruista y solidaria.
Ahora bien, ¿qué pasaría si el ser humano reconociera en masa su naturaleza egoísta? Quizás se produciría una reacción en cadena de actos egoístas que posiblemente concluya en un Apocalipsis de humana honestidad.
Por ejemplo, se volvería a los tiempos en los que el hombre tenía que luchar por sí mismo, sin fronteras, patrias, sueldos, mujeres o hijos que le sirvieran como fundamento. Por lo tanto, ¿cuándo el hombre comienza a fingir que no es egoísta? Pues cuando comprueba lo que puede obtener sin realizar tanto esfuerzo como el que hacía cuando lo era.
Pero esto no puede servirle a nadie en el siglo XXI cuando las computadoras ya lo hacen todo por uno. Ni siquiera queda tiempo para ser egoísta, apenas uno puede sentarse a escribir sus descargas emocionales luego de una discusión estúpida que le produjo insomnio y lo dejó pensando en escribir estas palabras que tarde o temprano se transformarán en un libro que probablemente no lean más que los amigos de este mediocre escritor que ni siquiera es un buen egoísta.

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