viernes, 21 de diciembre de 2007

DESNUDO VIRTUAL Para todos los que me conocen (y los que no, también)


Todavía respeto a la hoja. Volví a ella tras una temporada de realidad. De hecho, demasiada realidad me azotó en este tiempo y esta noche me llegó a las entrañas. Meses atrás me quejaba de la “pseudo comodidad” que había adquirido y hoy siento que vuelvo a estar del otro lado. Mi vida cambió por mis decisiones y no me arrepiento. Siempre decido arriesgar, sobre seguro, es cierto, pero arriesgar al fin. Por un lado, opté por ser tradicional y formar una familia, pero sin resignar mi esencia rebelde. Esto implica ser padre, ser hombre y tratar de no morir mentalmente en el intento. Para ser honesto, mi naturaleza es controlable, pero no tanto. Exploto y cuando lo hago puedo lastimar y lastimarme. Debe estar en mis genes. Mi esencia egoísta necesita seguir existiendo disfrazada. Todo lo hago por mí, aunque a veces no se note. No me enojo fácilmente. La procesión va por dentro y me hace autodestruirme en medio de una puesta en escena por momentos surrealista y adornada de palabras que ni siquiera me importan. He ahí una de las cuestiones. ¿Qué me importa? Tener todo bajo control o al menos creer que lo tengo. La crisis surge cuando algo me supera. La debilidad: me asusta ser débil. Me asusta tener miedo. Me debilita la incertidumbre.

Mis peores defectos:
Orgullo
Soberbia
Miedo
Debilidad
Egoísmo
Pensar en el otro
Contradicción
Indecisión
Victimización
No poder enfrentar situaciones
Timidez
Querer caer bien a todo el mundo
Falta de ambición
Necesidad extrema de transmitir lo que no soy o no tengo

Mi mejor yo:
Valiente
Seductor
Humilde
Sereno
Hago lo que me gusta a cualquier precio
Pienso en el otro
Generoso
Quiere caer bien incluso a quien no lo merece

Conclusión: Sí, soy ciclotímico. Me reconozco generoso y egoísta, humilde y soberbio, sereno y explosivo, pienso en el otro y en mí mismo, quiero caer bien a todo el mundo aunque en el fondo no me importe caer mal. Quiero que me quieran sin querer pero puedo querer sin que me quieran.

martes, 9 de octubre de 2007

Auto-ayudador se ofrece


¿Por qué en la sociedad de consumo, los libros de autoayuda se venden como pan caliente? Hay varias respuestas posibles. Por un lado, los autores de dichos libros creen tener herramientas para ayudar a otros, pero en el fondo sólo se ayudan a sí mismos para incrementar su capital. Es válido dirán muchos, sobretodo quienes consumen esta literatura. Bucay, Coelho, Chopra, entre tantos otros gurúes son dueños de su propia religión. El culto a sentirse bien gracias a ellos. Por otro lado, las sociedades globalizadas necesitan sentirse cómodas consigo mismas, ser cada vez más idénticas entre sí. A modo de equipararse copian sus costumbres y hasta sus problemas. Esto conlleva a una pérdida de identidad como sociedad que inevitablemente conduce al individuo a no reconocerse como tal.
¿No sería más fácil dejar de ahogarse en un vaso de agua? La moda genera necesidades inútiles como la autoayuda. Escribir líneas y líneas sobre el amor, el deseo tomando viejas historias para adaptarlas con ansias de ganar dinero no me parece mal, lo que si me parece triste es que el público que las consume busque soluciones fuera de sí mismo.
Quizás lo que se está leyendo en este momento, puede parecer lo mismo y quizás lo sea. De hecho, quien lo escribe podría considerarse igual, mejor o peor que quienes dicen ser los “ayudadores oficiales”. Ahora bien, quien escribe, reconoce que lo hace simplemente por un deseo egoísta de descarga de sentimientos, ideas, sensaciones, pensamientos que habitan dentro de él. Si alguien lee esto y se siente identificado, sabrá que hay, al menos una persona parecida en el mundo que últimamente escribe sólo como descarga.
Resulta una terapia interesante “escribirse” sin represión. Imaginen por un momento escribiendo, diciendo todo lo que piensan. Es una descarga emocional que puede evitar caer en problemas mayores. Está demostrado históricamente que la represión conduce a explosiones incontrolables. Individualmente ocurre lo mismo: cuanto más se reprime, mayor será el sufrimiento en el corto, mediano o largo plazo.

viernes, 5 de octubre de 2007

Auto-ayuda (sin frenos)


Hay ganas internas de seguir diciendo algo para quien quiera leerlo...
Es fuerte lo que se quiere decir y lo que se dijo. La verdad es que nada de lo que se escriba es fuerte ya. Desde que el hombre hace uso de su razón y de su capacidad de expresión ha escrito todo lo que quiso. Por ello fue venerado y odiado en similares proporciones. Pero lo verdaderamente fuerte de estos escritos fueron sus efectos. Biblias, Talmudes, Coranes y demás libros religiosos se transformaron en recetarios de autoayuda demasiado abstractos para una mayoritaria sociedad hambrienta de soluciones rápidas para problemas absurdos. Nacieron otros exponentes que derivaron del psicologicismo. La ayuda de la fe fue ayudando cada vez menos para dejar lugar a la ayuda de la psiquis.
En la Argentina, los psicólogos superan en número a muchos otros profesionales. De seguro, muchos de los que eligieron dedicarse a este campo fue por puro egoísmo. O sea para encontrar en los libros, la solución o al menos las herramientas para solucionar su vida. Algunos lo hicieron y dicen que son felices, otros se arrepintieron y se dedicaron a estudiar lo que realmente querían, mientras que otros no saben muy bien que quisieron decir Freud, Jung, Lacan, Pichon Riviere, entre otros.
Después está ese grupo que dejó el egoísmo de lado y se dedica a ayudar a otros. Psicólogos que ejercen desde el voluntariado anónimo en hospitales, neuropsiquiátricos, casas particulares, bares, etc. Existe también una amplia gama de psicólogos espontáneos. Son aquellos consejeros compulsivos que están siempre listos para dar la adecuada solución cuando muchas veces no saben como resolver aspectos cotidianos de su propia existencia. Con esto quiero decir que la solución a muchas de las dificultades que aparentemente nos subyugan en lo cotidiano, están y existen en nosotros mismos.
Por mi experiencia, puedo afirmar que ni la autoayuda, ni el psicoanálisis, ni la religión, ni los amigos, ni la pareja, ni la filosofía, ni lo que hayamos elegido por sí sólo nos ayudarán a alcanzar la felicidad.
Es simple. La autoayuda es limitada en el sentido de basarse pura y exclusivamente en nosotros mismos. Todo pasa por uno. Por el ser. El problema y las herramientas para solucionarlo. “Ayudándonos a nosotros mismos, ayudamos al otro” es una de las máximas más repetidas entre los consumidores de esta neo literatura (no tan neo, en realidad). Nos dicen que seamos felices, a pesar de todo, que sigamos el camino de la felicidad, que nosotros somos el centro del mundo, nos cuentan historias que al terminar de leerlas decimos o pensamos: ¡Qué bárbaro, que lindo, quiero hacer esto o por qué no lo vi antes, que ejemplo, mi vida puede ser distinta si me atengo a esto! Entonces sigo leyendo, compro otros libros de ese autor que me hace sentir tan bien, que me deja pensando en lo feliz que debe ser y en lo infeliz que yo soy. Encima cuando hablo de este autor y de lo que me produjo (si es que me animo) escucho a otros recomendarme a otro autor que le produjo las mismas sensaciones. Enseguida trato de encontrar a ese otro gurú y cuando lo hago, compro su libro, empiezo a leerlo y pienso: efectivamente, soy demasiado infeliz, hay cosas que podría cambiar, mi vida no es la que quise o proyecté, mejor sigo leyendo a ver qué puedo hacer de ahora en más para alcanzar la felicidad y dejar de tener problemas. Y así sucesivamente: leo, pienso, hablo, escucho, compro y leo. El círculo de la autoayuda puede ser virtuoso durante un tiempo, pero tarde o temprano se convierte en un vicio más que adorna nuestros días, tardes, noches y en los casos más tristes, toda nuestra existencia.
Vamos al psicoanalista. Al no poder resolver nuestros propios problemas con la autoayuda nos encontramos de golpe en el medio de un laberinto que en la mayoría de los casos es mental. Nuestros amigos, familiares, nadie nos entiende o nadie nos escucha, somos impotentes para resolver uno o más problemas que nos aquejan. Creemos que si vamos a terapia, podremos obtener ayuda de un profesional y así lograr sobrellevar el peso de este o estos problemas que tanto nos perturban y no podemos resolver. A muchos los ayuda encontrar nuevas herramientas, hasta el momento desconocidas para resolver esos problemas mientras que a otros no les sirve y siguen buscando por otros lados.
Una terapia exitosa radica en hablar de sí mismo, en RE-conocerse, encontrar aspectos hasta el momento quizás desconocidos. El terapeuta escucha y pregunta. Al bucear en nuestro interior nos encontramos con aspectos que quizás no conocíamos o creíamos demasiado ocultos para que influenciaran directamente sobre nosotros. La relación con nuestros padres, hermanos, abuelos, tías, tíos, primos, amigos, amigas, esposas parece que son fundamentales en nuestros actos. Todo nuestro pasado influye en nuestro presente y peligrosamente quizás determine nuestro futuro aunque no nos queramos dar cuenta. Y necesitamos a un profesional que nos diga que esto es así porque estamos demasiado “contaminados” para darnos cuenta.

jueves, 4 de octubre de 2007

No queda tiempo ni para ser egoísta


Es necesario fingir que el humano no es egoísta para sobrellevar una existencia conforme a lo establecido. Si todos reconociéramos nuestra naturaleza, pasaríamos a ser seres infelices y solitarios que sólo lograrían conformarse a sí mismos.
¿Existen las discusiones? Parece obvio que sí, sin embargo si las analizamos racionalmente pueden resultar muy estúpidas. No existen motivos reales para discutir a menos que se reconozca la naturaleza egoísta en el ser humano. Los “finales felices” de las discusiones radican en “ceder” a la posición contraria: por amor, comodidad, masoquismo o hasta por el orgullo de creer que uno tiene la razón pero si se deja que el otro crea que la tiene, todo seguirá igual.
Cuando el hombre asume su papel instituido por la sociedad sabe que indefectiblemente cederá ante su naturaleza egoísta a cambio de estabilidad emocional. Parece un buen negocio aunque tarde o temprano, la naturaleza estallará en arrebatos que pueden desembocar en la idealización del propio Yo. Se creerá que no necesita a nadie más, excepto para satisfacerse y estar más cómodo y comenzará a replantearse nuevamente la necesidad de ceder ante su propia naturaleza.
He aquí otra de las cuestiones que deberá sobrellevar quien quiera ser feliz desde su emancipación hasta la tumba. ¿Acepto el bienestar que me proporciona una mujer dispuesta a amarme y a hacerme feliz? ¿Me dedico a evitar discusiones para lograrlo? O reconozco mi naturaleza, se lo digo, espero que me comprenda, mientras en el fondo pienso que sólo por mi cuenta estaré mejor...
El mejor camino es el de la experiencia de los buenos momentos. Hay que reconocer que mientras mejor estamos, más dura puede ser la caída, debido justamente a ese acostumbramiento al bienestar. Si alguna vez afrontamos situaciones límites 100% egoístas, estaremos mejor preparados para una caída, aunque si mantenemos una línea recta y extensa de bienestar e incluso creemos que es “para siempre”, más traumático y vertiginoso puede ser el descenso hasta nuestra naturaleza.
¿Nos conviene asumirnos como seres egoístas? Quizás sea lo más honesto y lo menos dramático para la otra persona. Pero justamente por esta misma naturaleza es que no lo hacemos y sólo pensamos en nosotros y en lo que queremos que los demás piensen de nosotros. Es decir, quien se asume como egoísta es menos egoísta que quien no lo reconoce y lo oculta bajo una máscara altruista y solidaria.
Ahora bien, ¿qué pasaría si el ser humano reconociera en masa su naturaleza egoísta? Quizás se produciría una reacción en cadena de actos egoístas que posiblemente concluya en un Apocalipsis de humana honestidad.
Por ejemplo, se volvería a los tiempos en los que el hombre tenía que luchar por sí mismo, sin fronteras, patrias, sueldos, mujeres o hijos que le sirvieran como fundamento. Por lo tanto, ¿cuándo el hombre comienza a fingir que no es egoísta? Pues cuando comprueba lo que puede obtener sin realizar tanto esfuerzo como el que hacía cuando lo era.
Pero esto no puede servirle a nadie en el siglo XXI cuando las computadoras ya lo hacen todo por uno. Ni siquiera queda tiempo para ser egoísta, apenas uno puede sentarse a escribir sus descargas emocionales luego de una discusión estúpida que le produjo insomnio y lo dejó pensando en escribir estas palabras que tarde o temprano se transformarán en un libro que probablemente no lean más que los amigos de este mediocre escritor que ni siquiera es un buen egoísta.

miércoles, 3 de octubre de 2007

Noche en picada


Ahora es el instante eterno. Ese que al plasmarlo pasa a ser inmortal. Será recordado como un momento de felicidad que pasó sin pena y con gloria...
De ahora en más, la noche va en picada y no promete mucho más que algunas letras y sensaciones encontradas. Demasiado poco para alguien que siempre creyó ser algo más que unas palabras bonitas...

martes, 2 de octubre de 2007

Juguemos a ser libres (mientras la razón no está)


Ahora el deseo renace en la hoja virtual. Ya no recurro a la hoja de papel como antes. Será por la neo-comodidad que me tiene preso. Quiero plantear un desafío sencillo: imaginar que uno es libre. ¿Fácil, no? Ahora pensar por un momento en todo lo que se tiene ganas de hacer. ¿Listo? Bueno, ahora preguntarse por qué no se hace...
Seguramente se hará “cuando llegue el momento”, “cuando se den las condiciones”, “se está haciendo todo para hacerlo”, “falta algo para poder concretarlo”, “se hace aunque no se sabe qué, por qué o para qué”, quizás no se sabe realmente qué es lo que se tiene ganas de hacer. En fin, pueden ser una o más de estas opciones. Otros seguramente no lo hacen por temor, cobardía, miedo, entre otros sinónimos. ¿Existe un problema cuando no hacemos lo que realmente queremos? La respuesta parece obvia, pero no lo es tanto.
Me voy a someter a mi propio juego y les sugiero hacer lo mismo, al menos para quitarse alguna que otra capa de angustia y / o incertidumbre propia de todos nosotros, los mal llamados escritores y a veces mal denominados humanos.
En mí residen la razón y el instinto. Ambos no se llevan del todo bien. Uno quiere prevalecer sobre el otro y viceversa. Mi desafío es lograr el equilibrio entre ambos y hasta el momento no hay un claro ganador. ¿Pero qué pasaría si uno se impone sobre el otro?
¿En qué me transformaría? Parece sencillo elucubrar una hipótesis, pero desde ya que sería contradictoria.
Estoy sentado frente a una computadora, escribiendo, pensando, reflexionando, razonando...¿ganó la razón? En lugar de estar haciendo esto, podría estar en otro lugar, dejándome llevar por el vicio pasajero, por la incertidumbre, por la angustia propia que lleva a vivir el momento y olvidar el antes y el después. En ese caso, ¿habría ganado el instinto? Es posible, pero ¿por qué no pensar que hay un instinto engañoso? Uno que nos lleva a creer que estaríamos mejor si dejamos de hacer aquello que estamos haciendo. Seguramente esta última hipótesis sería la más cómoda y la cual serviría de justificativo a la mayoría mediocre que “sobrevive” en este mundo sin saber muy bien por qué.
Ahora bien, si uno se reconoce como mediocre y no hace nada para dejar de serlo...
Aquí empiezan mis conflictos. Creo no ser mediocre, no del todo...
Momento clave, en el cual mi razón y mi instinto chocan...
Me salgo de mí y vuelvo a la historia quizás por la propia inseguridad que tengo sobre mí mismo.
Dos ejemplos: Nietszche y Descartes. El primero es considerado por sus detractores como un “no filósofo”. Un escritor maldito que era demasiado peligroso para serle fiel. ¿Pero por qué era peligroso? Justamente por su honestidad intelectual. El dijo que “el hombre era el más enfermizo de los animales, ya que es el único que no sigue su instinto”. Resultó fácil para muchos contradecir a Nietzsche en ese sentido, basándose en que el escritor alemán obviaba la razón.
Ahora bien, si tomamos el caso de Descartes, el giro es inverso. Un filósofo que intenta demostrar la existencia de Dios. ¿Cómo pensar que no existe Dios, si existe su idea en los hombres? Podemos pensar a Dios, por lo tanto, existe. Si el hombre tiene la idea de Dios, de seguro existe, a menos que el hombre sea irracional. Parece coherente, al igual que Nietzsche.
Pero si existieron Nietzche y Descartes como polos opuestos, es posible pensar que ambos se equivocaron o que ambos estaban en lo cierto. Quizás uno tenía la verdad y el otro sólo era un delirante. ¿Y por qué no podemos pensar simplemente que ambos tenían necesidad de sostener sus verdades para trascender y diferenciarse de la mediocridad de sus tiempos? Ninguno de los dos era un mediocre por definición. Ambos escaparon del común del pensamiento de sus épocas y entornos. Los dos tenían necesidades intelectuales y ahora son recordados y estudiados como meros representantes de ideas antagónicas, aunque no tanto. Cada uno se basaba en una parte del hombre: el instinto y la razón. Pero a modo de Ying y Yang de la Filosofía, se complementaban.
Nietzsche fue demasiado racional. De lo contrario no hubiera pasado su vida escribiendo y luego postrado por una enfermedad terminal. Fue de los pensadores más racionales de la historia al plantear su teoría en lugar de practicarla.
Descartes, por el contrario, obvió el costado animal del ser humano y se encarceló en teorías demasiado abstractas para una especie “animal-racional”. ¿Cómo es posible pensar que hay un “genio maligno” que le dice al hombre aquello que no quiere oír? Cabe pensar que el filósofo francés fue una víctima más de la guerra del opio. Lo cual, no es condenable, ni mucho menos. Pero sostener su pensamiento racionalmente de seguro ha enfrentado a más de un cartesiano consigo mismo. Ese “genio maligno” es parte del hombre, no es externo.
Muchos que se consideran “inteligentes” y/o “reflexivos” obligan a una convención de “introducción, nudo y desenlace”. No tienen en cuenta la incoherencia propia del ser humano. Esa que nos lleva a plasmar las ideas de manera cruda, sin cocción y seguramente sin digestión. De seguro, no podrían concebir una literatura libre de prejuicios académicos y sólo librada al azar de la necesidad de expresarla sin concesiones.

lunes, 1 de octubre de 2007

Siguiendo una línea...


Siguiendo una línea por así decirlo, vuelvo a las palabras. Quizás ellas sean las únicas que sirven para mí. Las que están en estos momentos de angustia e incertidumbre creativa. Son extrañas, porque cuando me siento bien no las necesito en la hoja, sino en mi boca. No se si son las mejores aliadas porque a veces pueden resultar autodestructivas. Son como una droga que junto a la música, el vino y el cigarrillo me acompañan mejor que nadie. Ninguna persona puede hacerme sentir como ellas cuando me piden nacer. Ellas son mías y de nadie más. Son fruto de mi solitaria y egoísta necesidad. Es raro, pero en estos momentos son ellas las únicas capaces de darme cierto sosiego. No me pregunto porqué. Sólo me dejo llevar y las vuelco como mejor se sienten. Me siento un tanto servil al someterme a ellas, pero la sensación de serenidad que me proveen creo que bien lo vale. Reconozco que al leerlas, muchas veces me hacen sentir menos que muchos, pero eso le pasará a esos muchos también con respecto a otros muchos y así eternamente. ¿Qué triste buscar consuelo en las sensaciones de otros, no? Será que no logro centrarme en mí mismo y necesito buscar en otros lo que para mí quisiera. Es difícil encontrarse con el verdadero Yo y todas sus miserias, pero creo que más miserable sería negarse a buscarlo.

martes, 25 de septiembre de 2007

Como los monos


Ahí va algo que escribió mi amiga Sole "vaya uno a saber porqué..."

¿Qué nos lleva a los humanos a hacer cosas por imitación, como los monos? ¿Por qué aceptamos lo habitual como cosa natural? ¿Porque lo habitual se convierte en algún momento en una conducta obligatoria? ¿Por qué no disentir? ¿Lo aceptado será siempre aceptable? ¿Será que tendemos a mimetizarnos con el resto por temor a descubrirnos distintos? ¿O dejamos que nos arríen como ganado sólo por debilidad de carácter?Lo cierto es que muchas veces nos parece normal lo que hacen y dicen los otros, aquellos formadores de opinión de todo tipo, hasta, increíblemente, los modistos! Convencidos de que alguien siempre sabe más que nosotros, nos dejamos influenciar, cuando debiéramos preocupamos por saber más que esos “alguien” que nos horadan el cerebro hasta convencernos de que Saddam tenía armas químicas.Llegamos a descreer, aunque nos haya llevado años desarrollarlo, de nuestro propio criterio ante el primer gurú que aparece, no sea cosa que nos tilden de dinosaurios. Porque claro! debemos “aggiornarnos” para estar acordes a los tiempos que se viven, aunque para eso resignemos parte de nuestra esencia natural, tan natural como maleable.Y así pasamos del pantalón pata de elefante al bombilla, y de la mini a la maxifalda, aunque todo nos quede como el culo. De militar en la izquierda a protestar contra el corralito junto al devenido en político Nito Artaza. De que ya no nos gusten las películas de Olmedo y Porcel porque son “shiome” y sí el cine japonés porque es intelectual, aunque no entendamos ni jota. De admirar las obras de crucifixión de Dalí o Velásquez al infierno de León Ferrari que no es más que tres crucifijos en una tostadora o un sartén.Yo no soy cinéfila, ni especialista en arte, ni muy culta, ni muy inteligente, ni muy nada. Pero a lo largo de mi vida he disfrutado y padecido de mucho, y como lógica consecuencia de esas experiencias, he adquirido un gusto personal. A pesar de eso me pregunto: ¿Qué me lleva a consumir cosas que sé que no son de mi agrado? ¿Quienes? Los demás sin duda, ya sean críticos, opinólogos snobs, politólogos, líderes naturales, charlatanes de feria o simplemente: la mayoría, esa misma que se viene equivocando desde que tengo uso de razón.Y como mi prudencia me dice "No puedo hablar de lo que no he visto", y también como buena agnóstica reflexiono “Ver para creer”, allá voy, a consumir algo que intuyo de antemano, no me va a agradar. Y termino levantándome de la butaca en el medio de la sádica versión de La pasión de Cristo, que hace las delicias de millones de fanáticos en éxtasis religioso, esos mismos que después destrozan museos.Y luego me duermo ante una película iraní que narra la búsqueda de un niño que atraviesa ciudades desoladas, tras un cuaderno que extravió luego del derrumbe de su casa.Y mi pobre cabeza se confunde y se llena de sentimientos de culpa. ¿Me habré vuelto insensible al arte? ¿Me habré convertido en una tarada come pochoclo de shopping? ¡No! Amé, morí de placer, lloré y me fasciné ante mucho, pero también detesté y me aburrí con mucho otro, aún a riesgo de pecar de ignorante, nada tengo que demostrar, ¡Es mi gusto y listo!Los intelectualoides deliran de placer ante una película coreana casi sin diálogo, con fotografía virada al azul cobalto y al verde nilo, con dos personajes que se pegan y luego se desnudan y se sientan sobre guías telefónicas de la ciudad de Chicago mientras se oye un bolero mexicano cantado en mandarín. Yo no la entiendo ni me gusta, me parece kistch (o cursi), sorry gordi!Y como odio la intolerancia, con los años aprendí a admitir el gusto de los otros sin necesidad de plegarme a ellos, pero, ojo, exijo respeten los míos de igual forma. Si coincido con muchos, bien, y si no coincido con nadie, también.Y si me copa mi vestido rojo me lo pongo aunque esté de moda el azul francia. Y si no me gustan los infiernos, ni de Ferrari ni de Bergoglio, no opto por ninguno, total si Dios existe me sabrá disculpar. Y prefiero a Tarantino que a Kurosawa sin que me dé vergüenza.Desde que la partera cortó mi cordón umbilical, crecí independiente y libre de elegir, desde mi sexualidad a con quién y donde estar, qué consumir, cómo vestirme, etc., etc., etc. Y como ya estoy grande y me conozco tan bien, puedo prescindir hasta de la opinión que de mí, tienen los demás, es más: ¡Me importa un carajo!. Y prefiero abstenerme de modas, porque hay mucha gente que en todas las modas entra y de ninguna sale, y terminan siendo peores imitaciones de malas imitaciones. No jodamos… para eso están los monos. ¡Y qué gracioso les sale!

“No sos vos, soy yo”


Del lado de los chicos, muchas veces se mantiene una relación sentimental por miedo a lastimar a la otra persona o en el peor de los casos por miedo a salir lastimado uno mismo. Después de todo es cierto aquel dicho que dice: “no hay nada más peligroso que una mujer despechada”. Por eso, para no morir en el intento de cortar una relación sin futuro (ni presente), aquí van algunas sugerencias.
En todos los casos hay que preguntarse lo básico. ¿Por qué quiero terminar con ella? ¿Realmente es tan insoportablemente celosa y posesiva como parece? Si la respuesta es sí, habría que analizar qué fue lo que te enamoró de esta chica y si en verdad “el amor es más fuerte” como para seguir con ella. Si la respuesta es no, conviene hablarlo de frente. Decirle todo lo que te molesta y ver si está dispuesta a cambiarlo para seguir con vos. Si la respuesta es “yo soy como soy”, estamos en problemas...
Partamos de la base obvia que nadie es perfecto. Sin embargo, a qué hombre sobre la tierra no le molesta que su novia lo llame todo el tiempo para dispararle el siguiente interrogatorio: ¿Qué hacés? ¿Dónde estás? ¿Tenés para mucho? ¿Hoy nos vemos, no? ¿Me extrañás? ¿Sabías que no puedo vivir sin vos? ¿Vos me amás, no? ¿Te pasa algo? ¿Por qué estás tan distante conmigo? A estas preguntas pueden sumarse algunas más bizarras: ¿La llamaste a la tía Gertrudis para el cumple, no? ¿Podés creer que me estaba pintando las uñas y una se me partió? ¿Sabías que, según el ascendente de tu signo, estamos destinados a estar juntos para siempre? ¿Me vas a acompañar a comprar ese culote que vi ayer?
Nota a todas las chicas que lean esta nota: no hay hombre que no odie ir a comprar ropa con ustedes y aquel que lo haga, es porque realmente las ama y no sabe cómo decirles que no.
Por suerte, los mensajes de texto ayudan un poco. O sea, si ella te envía 30 mensajes por hora, podés no contestarlos por “falta de crédito”, “falta de batería” o “falta de señal”.
Si tu novia es de esas chicas escandalosas, conviene citarla en algún lugar lo más desierto posible. Puede ser una plaza durante la siesta. Allí, podrás utilizar frases como la del título de esta nota para explicarle que lo que realmente te pasa no tiene que ver con ella, sino que vos no estás preparado para afrontar una relación a “ese nivel” o que “la vida tiene muchas vueltas y quizás los vuelva a unir más adelante cuando ya estés maduro para una chica como ella”, entre otras. Lo peor que te puede pasar y que, cómo la ley de Murphy lo indica, de seguro pasará, es que ella se ponga a llorar. Éste es el momento clave en el cual se mide la verdadera fortaleza de un hombre. Te pedirá que la abraces, la beses, te preguntará si ya no la amás (cuando se lo acabás de dar a entender lo más diplomáticamente posible) e intentará por todos los medios que cambiés de opinión.
Otra opción es que se vaya corriendo y no quiera escuchar más tu nombre (esta opción rara vez se da, ya que apenas llegás a tu casa, tenés un mensaje de ella donde te dice que te ama y no puede vivir sin vos). De aquí en más, que cada uno decida qué hacer.

Hay una película que ilustra muy bien todas estas situaciones. Se llama “Cómo perder a un hombre en diez días”. Allí, la protagonista es una periodista que, para hacer una nota en su revista, debe seducir a un hombre y lograr que él la abandone en un lapso menor a diez días. Ella hace todo lo que los hombres odiamos y más. Pero todo le sale al revés, ya que el hombre en cuestión es un publicista hambriento de éxito, que para ganar una apuesta debe lograr que ella se enamore de él. Por lo tanto, le soporta absolutamente todo. Esta película es un buen ejemplo de los límites que pueden alcanzar hombres y mujeres en una relación amorosa. Aunque la verdad es que casi nadie está dispuesto a llegar a esos límites. Por eso, lo mejor es hablar con la otra persona e intentar llegar a un acuerdo para que ambos puedan ser felices juntos. Si no es posible, cada uno tendrá que seguir su camino.

Y por cierto, que las chicas no se sientan excluidas de esta nota. El género masculino tiene demasiados exponentes como para quedarse con uno que no vale la pena, ¿no les parece?

¡24 horas de viaje sin poder nominar a nadie!


Llegué totalmente dormido y al despertar pensé que sólo había sido una pesadilla. Casi un día de viaje. Lo peor es que pareció un mes y para colmo, al bajar del ómnibus y reclamar mi bolso, no me lo querían dar porque el bendito número identificatorio se había perdido en la bodega. Tenía dos opciones: esperar a que los 50 pasajeros restantes se llevaran su afortunado equipaje identificado o en su defecto contarle al empleado (y a los restantes pasajeros de testigo) lo que había dentro de mi bolso. ¡Ahora sé lo que siente un turista árabe en Estados Unidos! Pasé se sentirme un vulgar ladrón de bolsos a un terrorista internacional en la terminal de ómnibus de San Juan. Finalmente, miré al empleado con cara de verdadero terrorista enfurecido y con la voz ronca de recién levantado atiné a decirle: “me llevo mi bolso”. Creo que fue suficiente, ya que nadie atinó a detenerme. Este fue el corolario del viaje más interminable de mi vida...
Sabido es que a cualquier sanjuanino que le guste la costa atlántica argentina y no pueda viajar en avión o no tenga auto, deberá armarse de paciencia oriental para viajar un día entero en ómnibus. Las ganas de estar en la playa motivan en extremo, pero no siempre bastan para aguantar una convivencia obligada con diferentes personajes indeseables. Si algún productor televisivo aún no lo pensó, tiene todas las posibilidades de armar un reality show -simil Gran Hermano-, pero en un ómnibus. Sugerencia: sería genial (al menos para quien escribe) si a cada pasajero indeseable se lo pudiera nominar de alguna manera y que con un solo voto se lo pudiera “expulsar” del viaje.
Es así: la odisea del regreso de las vacaciones empieza en Mar del Plata. Son las 2 de la tarde y los 30 grados no ayudan demasiado a disfrutar el momento. Voy a despachar mi bolso y en el camino, un personaje que reprobaría cualquier control de alcoholemia (sin necesidad de hacer el test en cuestión) realizaba un improvisado y patético show para llamar la atención vaya a saber de quién. Lamentablemente, mi intuición no se equivocó y el susodicho se sentó junto a una chica en los dos asientos al lado del mío. Me esperaban 24 horas junto a ellos.
No llegué a alcanzar mi discman salvavidas (más que recomendable en caso de compañeros de viaje no deseados) que ya me estaba preguntando a los gritos: “Ehhhh...¿Vos sos de San Juan, loco?”(sic). Apenas alcancé a decirle que no, cuando empezó a contarme su historia que la verdad no me interesaba en absoluto, así que la resumiré : “Sho trabajo en la Metro (una radio de Buenos Aires) y ahora me voy a San Juan a tomarme todo el vino de las barricas. Qué loco, me voy a San Juan. Esha es mi novia, visssste que buena que esssstá?? Lo malo es que es bajita y sho soy muy alto. Esha produce películas”(sic)*. Mientras miraba cómo su novia me saludaba a los gritos, pensaba en la posibilidad de mudarme de asiento cuanto antes, pero el ómnibus venía completo.
Al rato parecía que se habían calmado, pero fue una falsa alarma. Ambos se calzaron sus respectivos auriculares y empezaron a cantar y bailar como poseídos en sus asientos. Aún no habíamos salido de Mar del Plata y ya quería bajarme y huir lejos de aquellos personajes, pero aún faltaba lo peor.
El show continuó algunas horas hasta que por obra y gracias del alcohol, que ambos habían ingerido, se quedaron dormidos con las botellas de cerveza rodando por el micro.
Cuando creí que mi suerte cambiaría, se escucha un grito suficientemente fuerte como para despertar a cualquier “iluso” que hubiera intentado dormir la siesta: el infaltable bebé de todo ómnibus había avisado que estaba presente. Como saben, nada calma a estas criaturas. Sólo el cansancio de llorar y gritar durante horas...
Primera parada. Ya eran las 9 de la noche. Aún faltaban 12 horas para finalizar la odisea y ya se perfilaba una noche “inolvidable”. Sobre todo cuando vi a mis vecinos de asiento en el quiosco de la terminal comprando más cerveza, champagne y whisky.
La próxima parada sería a la madrugada. Para colmo, lluvia torrencial con truenos y relámpagos. Conclusión: el ómnibus reduce velocidad, por lo tanto, el viaje se alarga una hora más...
La elección de las películas para pasar la noche tampoco fue muy afortunada: “Torque” (película de motoqueros con ruidos constantes de motores que impedían dormir a cualquier valiente que lo intentara) y “Rápido y furioso 2” (igual a Torque, pero con corredores de picadas de autos). Intenté tomar una pastilla para dormir pero fue inútil, ya que comenzó a hacerme efecto al llegar a San Juan...


*Nota: se puede ser porteño y no necesariamente un personaje insoportable como éste y créanme que lo digo con conocimiento de causa.

¿Staremos incomunica2?


Hace poco hablando con dos periodistas, los tres coincidimos: cada vez hay menos comunicación entre las personas. Después lo pensé mejor, y no sé si es tan así.
Años atrás, era impensado conocer a alguien a través del celular. ¿Se imaginan a sus padres chateando vía SMS combinando para encontrarse por primera vez en aquella vieja confitería?
Hoy la comunicación es diferente, más corta, más simple. Pero vaya si existe. Quizás lo que disminuyó es el trato entre las personas. Hablamos cada vez menos por teléfono de línea. Y por los celulares, las charlas se limitan en la mayoría de los casos a decir: _ “Bueno, te dejo, porque me quedo sin crédito”.
En los últimos dos años, los mejores ejemplos fueron las Fiestas. Durante el 24 y el 31, las compañías de celulares colapsaron y los mensajes de texto con deseos de felicidades llegaron, con suerte, un día después. Muy diferente era años atrás, cuando llamábamos por teléfono sólo para decir “feliz navidad” en el contestador de alguien que, por cierto, tampoco nos atendía! ¿Y alguien recordará la época en que se mandaban postales que jamás eran contestadas? Quizás algún que otro padre nostálgico y no muchos más...
Lo bueno de esta época es que uno envía un mensaje de texto y cuando no se lo responden piensa en diferentes razones como que la otra persona no tiene crédito, hay problemas de red, quizás le llegue más tarde, tiene el celular apagado o fuera del área de servicio, entre otras más absurdas. Pero no suele pensar que del otro lado quizás hay alguien que no quiere saber nada de quien envió el bendito mensaje y por eso no piensa contestárselo nunca!
La comunicación es otra y hay que asumirlo. Ya ni usamos palabras de este idioma. Ejemplo: “ola, co va? To ben? Spro q si, tkm bso”. ¿Se imaginan al nono o a la nona recibiendo este mensaje? Seguramente pensará que está siendo amenazado/a por algún terrorista yugoslavo, antes de darse cuenta que es su nieto saludándolo! Ahora ya no hay tiempo ni siquiera de escribir palabras completas del castellano. De todas maneras, pasó en otras épocas. De escribir cartas a mano, pasamos a escribirlas a máquina. Luego en computadora. Después dejamos de usar hojas y mandamos correos electrónicos. Finalmente, mensajes de texto. Y ahora casi ni necesitamos palabras enteras. Aunque la comunicación sigue existiendo. Quién no se alegra aunque sea un poquito cuando, el día de su cumpleaños, escucha el sonido de su celular y lee: “Fliz kumple!” No importa de quién venga, ya que muchas veces recibimos mensajes de gente que ni conocemos y le enviamos la oportuna respuesta: “grax, pero kien sos?”. Cosa que hace sentir a la otra persona más ignorada que un cero a la izquierda. En esos casos, es evidente que no te registran, ni quieren hacerlo! Por lo tanto, hay que vengarse y borrar ese contacto ingrato como seguramente lo hicieron con nosotros.
Hoy podemos navegar a través de los celulares, chequear el correo, chatear, ver televisión, escuchar música, conocer gente y el día de mañana podamos quizás hasta programarlo para que realice todo aquello que nos desagrada: afeitarnos, cortarnos el pelo, limpiar la casa, el auto, entre otras tareas desagradables...
¿Alguien hubiera pensado hace algunos años que el celular sería hoy un objeto de seducción? Hay hombres que quieren seducir con su teléfono y contrariamente a lo que muchas mujeres idealizan, se trata de quién lo tiene más chico...pero eso sí, con más funciones!
La comunicación existe pero aquel que se niega a reconocerlo, seguramente tarde o temprano se sorprenderá un sábado a la noche escribiendo en su celular: “olis, to bien? nos vmos hoy?” y al rato se alegrará al recibir la siguiente respuesta: “dal, voy pa aya”...¿Acaso eso no es comunicación?

Poeta se nace...


¿Qué es poesía? Becquer simplemente escribió: “Poesía eres tú”. La poesía no es un desparramo de palabras escritas al azar. Tampoco un conjunto de lugares comunes para enamorar a alguien. Está lejos de definiciones y convenciones sociales. Es una manera de ver la vida y plasmar la realidad. Los ojos del poeta ven mucho más allá del Bien y del Mal. Quien no es poeta, difícilmente pueda concebirla.
La verdadera poesía trasciende al idioma y la expresión. Por lo tanto, no se puede categorizar o definir. Hay que vivir para contarla y entenderla. No necesita explicaciones teóricas. Ni se puede aprender a escribirla. Tiene que nacer sola desde una necesidad. De hecho, ella misma pide nacer cuando lo necesita y obliga al poeta a que la escriba. No tiene edad, sexo ni religión. Tampoco hay razones para escribirla porque la verdadera poesía no nace de la razón.
El verdadero poeta vive y muere por y para la poesía. Un poeta no puede no serlo. No puede concebirse en otro ámbito. El poeta vive para escribir y no escribe para vivir. Tiene que (sobre)vivir, ya que vivir de la poesía no es sencillo. Mucho menos en una época nada generosa para los poetas. El verdadero poeta inmortaliza el sentimiento trágico y doloroso a lo largo de toda su existencia. La poesía no tiene un solo día, sino una vida entera. Quien no entiende la poesía, difícilmente logre entender a un poeta. Poeta se nace, no se hace...

lunes, 24 de septiembre de 2007

CÓMO MATAR IDEAS


Repuestas infalibles para decir que no a cualquier idea o proyecto. Dado que esta provincia muchas veces es propensa a las negaciones, estas son sólo algunas ideas a las cuales se pueden seguir agregando y aportando esa cuota lucida de negación...

1. No sea ridículo
2. Ya lo hemos intentado
3. Cuesta demasiado
4. No se puede hacer
5. No nos incumbe
6. Es un cambio demasiado radical
7. No tenemos tiempo
8. No tenemos gente suficiente
9. No tenemos cara para hacerlo
10. No tenemos ganas
11. Hará que otros equipos queden obsoletos
12. Hará que otros pasen vergüenza
13. Hará que otros paguen lo platos rotos
14. El gobierno se tiene que hacer cargo de eso
15. Las empresas privadas se tienen que hacer cargo de eso
16. La Iglesia se tiene que hacer cargo de eso
17. Somos demasiados chicos
18. No es nuestro problema
19. Nunca lo habíamos hecho
20. Volvamos a la realidad
21. ¿Por qué cambiarlo si funciona bien?
22. Usted está dos años adelantado a su tiempo
23. No estamos preparados
24. No está en el presupuesto
25. No se le puede enseñar nuevos trucos a un perro viejo
26. Formemos una comisión
27. Muy difícil de vender
28. Si fuera bueno ya lo habríamos hecho
29. Seremos la burla de la gente
30. No va con nosotros
31. Hacemos lo mejor que podemos
32. No las hemos arreglado sin eso
33. ¿Algún otro lo intentó alguna vez?

Reflexiones de un día cualquiera...


A veces creemos que ya no hay nada más por decir cuando en realidad nunca dijimos nada realmente...
Mi desafío es decir desde esa nada. Aunque sea por deseo, ganas de algo, pero no saber exactamente de qué. La razón no importa...cadáver exquisito del siglo XXI. Sé que hay algo en el cerebro y aunque cueste sacarlo, vale el intento...al menos para quien lo escribe. No sé por qué. Será por la desconocida comodidad que impera en mí. Una humana paradoja más. ¿Alguien querrá leer esto?
Un hombre nace, vive y muere. Parece simple. ¿Pero qué pasa en el medio? Sufre, goza, ríe, come, bebe, piensa...¿y por qué lo hace? Pues nada más y nada menos que para llegar a la muerte de la “mejor manera posible”. Pero lo peor del caso es que nunca logra hacer todo lo que quiere hacer. Por comodidad, cobardía, necesidad de paz mental, entre tantas otras causas que se renuevan a cada instante...
El hombre podría ser libre. Esto incluiría hacer todo lo que se quiera hacer, más allá de cualquier cosa. Pero hay demasiados riesgos, entonces se acobarda y se resigna a una libertad condicionada, mal llamada libertad.
Creo que soy libre, pero en realidad hago “lo que quiero” para llegar a cierta comodidad mental, necesaria para subsistir al día a día. Me someto a convenciones y reglas que me llevan por “el buen camino”. Por lo tanto, dejo lo que quiero hacer realmente para el plano mental. Porque si lo hiciera, legalizaría todas mis contradicciones. Y eso sería peligroso para mí y para quienes me rodean...
El ser humano es contradictorio por naturaleza. Y aquel que se niega a esta naturaleza tiene una existencia trágica. De la misma manera, quien no la niega, también sufre, ya que se somete a las contradicciones sufrientes innatas. La naturaleza trágica en el ser humano es inevitable.
Entre nosotros fingimos: nos saludamos, muchas veces somos “educados” ante quien no lo merece para evitar el choque que generaría un conflicto ¿innecesario?.
En cambio, quien es realmente honesto, se vuelve infeliz aunque lo niegue, ya que se queda solo, tarde o temprano. Y quien solo está, es infeliz, aunque no lo reconozca.
El ser humano nace en comunidad para vivir en ella y esto implica regirse por sus cánones. Se cae en una felicidad ficticia cuando se obtiene el reconocimiento de los pares y luego se vuelve a caer en la infelicidad cuando se descubre que hay “algo más”.
Inevitablemente, vamos camino a la verdad, aunque aún no sepamos cuál es. En realidad creemos conocerla pero cuando la alcanzamos, nos damos cuenta que existe ese “algo más”.
En la mayoría de los casos, nos resignamos a “eso“ que encontramos y llamamos “nuestra verdad”. Pero en nuestro interior, sabemos que hay mucho más por descubrir. Pero para buscarlo necesitamos valor y muchas veces ya no tenemos ganas, puesto que lo que encontramos nos proporciona comodidad y felicidad inmediata y al alcance de la mano. Entonces nos preguntamos si es necesario ir tras lo “trascendental”. A veces nos despertamos creyendo que es vital ir en su búsqueda. Pero otras veces pensamos que si indefectiblemente vamos a morir, ¿por qué no disfrutamos de esto llamado vida y nos dejamos de joder?
Como buenos mediocres, tomaremos ejemplos. ¿Quién fue feliz durante todos los momentos de su vida? ¿Alguien puede ser honesto consigo mismo y reconocer una existencia plenamente feliz? Quien esté libre de infelicidad que arroje el primer YO.
Para ser feliz no hay receta, ni autoayuda, ni nada que se le parezca. Uno vive, aprende, habla con otros y ve que hay gente que está mejor, peor o igual que uno.
Para tener una meta de felicidad hay que saber que al llegar a esa meta, no hay nada más por delante. Es decir, ¿para qué voy a seguir viviendo, si ya llegué adonde quería? Indefectiblemente muchos dirán “llegué”, entonces ahora mantengo “esto” y lo disfruto. Pero para mantenerlo hay que sufrir. Muchos creen que disfrutan mientras lo mantienen, cuando en realidad lo único que hacen es resignarse a que no hay nada más a qué aspirar. Nada más porqué seguir en esta existencia: “Ya lo hice, ya gané”. Es triste. Pero llegamos a eso por nuestras contradicciones. Quien reniega de esto, aspira a más. Sigue luchando y piensa: “hay mucho más por delante” pero sabe, en su interior, que está condenado a sufrir.
Acá está el gran dilema: dejar la contradicción y pasar al estrato de riesgo o mantenerse en la posición cómoda de asumirse como “demasiado humano” y seguir siendo “feliz”.
Los hombres distintos son pocos. La tentación de la comodidad es muy fuerte. Pero tarde o temprano, llegará el momento en que la necesidad de trascender sea más fuerte que la de comodidad y ahí es cuando el hombre dará el paso que lo hará diferente a la mediocre mayoría. Cuando se asuma como contradictorio y relegue de todo lo que le “sobre”. Al asumir la naturaleza egoísta, abandone el cascarón de la comodidad y navegue en el océano de la incertidumbre. Eso sí, antes de zarpar, deberá tomar conciencia de que no hay salvavidas reales. Lo único que existe es el deseo de ser “superior” a todos los seres humanos.
Algunos huyen hasta su propio infinito, navegando en un eterno mar de dudas. Otros encuentran otra “comodidad” en otro lugar y allí se quedan. El resto continúa con la certeza de trascender a pesar de todo. Y finalmente el pequeño grupo de valientes, se vuelve inmortal en el recuerdo de unos pocos.
Seamos realistas. Jesucristo, Buda, Moisés, Abraham, Alá, etc... ninguno de ellos es venerado por todos los que vivimos en este planeta. Luego de esta cómoda reflexión, prosigo y me pregunto ¿por qué hacemos lo que hacemos? De seguro hay tantas razones como humanos en el mundo. Pero si las unificamos en una, podría ser para lograr la mayor felicidad posible. Pero siendo fiel a la historia humana, esto es imposible. No existió, no existe y no existirá la plena felicidad de todos los seres humanos.
Existe la razón que no es compatible con el instinto. Simple. Si todos fuésemos racionales, indefectiblemente tendríamos que ser “reprimidos” en algún punto y la represión del instinto lleva al tedio, a lo que es “correcto”. Entonces, si nadie tuviera su “caño de escape instintivo”, las consecuencias serían catastróficas, ya que tarde o temprano se produciría una reacción en cadena que llevaría al apocalipsis de la razón. La humanidad se transformaría en una suerte de “ente” admirada por la nada que nunca alcanzaría su clímax vital y jamás se reconocería como conjunto de animales racionales. Una humanidad así, indefectiblemente habrá reprimido su instinto a instancias de una razón que, a modo de “conciencia”, les dijo: esto “sí” o esto “no”. El empirismo histórico nos demostró que la razón pura es insana y nunca llevó al hombre por un buen camino. El cientificismo creyó que en la “naturaleza racional” el hombre podía ser menos autodestructivo, cuando en realidad el efecto era inverso, ya que al no reconocer su parte animal, se caía indefectiblemente en la represión que carcomió por dentro a demasiadas generaciones de “infelices”.
Por el contrario, si todos nos guiáramos por el instinto, el mundo sería aún más caótico. Tarde o temprano, todos seríamos líderes, jefes, soberanos, presidentes y no habría a quien someter. Imagínense si durante un lapso, fueran fieles solamente a su instinto y dejaran de lado a la razón. ¿A cuántas personas matarían, violarían o someterían a su voluntad?
Por esto es que el hombre debería tender a un justo equilibrio, al “justo medio”. Una neo interpretación aristotélica. Aristóteles fue aquel filósofo griego que proponía el “justo medio” en las pasiones y acciones humanas. Pero no es la idea ahondar demasiado en aquel hombre de los libros de texto, ya que la vida no pasa por un libro, una clase o un texto, sino por todos los libros, clases, textos, gente, sensaciones, ganas o deseos, pensamientos, fantasías y actos que uno pueda tener desde que el cerebro se forma en el vientre de una mujer que lo entrega a la existencia.
Algunos dirán que aquí caí en una defensa de la razón. Nada más errado. El cerebro humano encierra todo este misterio. Todo está ahí: lo bueno, lo malo, lo que no se puede decir, lo más desagradable, las miserias, lo más excelso de la naturaleza humana, la piedad, los sentimientos, el amor, el odio, el deseo, las ganas, el instinto. Todo se encierra en esa masa de tejido, cautiva entre huesos, que nos dice qué, cómo, cuándo, cómo y por qué hacer todo lo que hacemos, decimos, pensamos y soñamos.