lunes, 24 de septiembre de 2007

Reflexiones de un día cualquiera...


A veces creemos que ya no hay nada más por decir cuando en realidad nunca dijimos nada realmente...
Mi desafío es decir desde esa nada. Aunque sea por deseo, ganas de algo, pero no saber exactamente de qué. La razón no importa...cadáver exquisito del siglo XXI. Sé que hay algo en el cerebro y aunque cueste sacarlo, vale el intento...al menos para quien lo escribe. No sé por qué. Será por la desconocida comodidad que impera en mí. Una humana paradoja más. ¿Alguien querrá leer esto?
Un hombre nace, vive y muere. Parece simple. ¿Pero qué pasa en el medio? Sufre, goza, ríe, come, bebe, piensa...¿y por qué lo hace? Pues nada más y nada menos que para llegar a la muerte de la “mejor manera posible”. Pero lo peor del caso es que nunca logra hacer todo lo que quiere hacer. Por comodidad, cobardía, necesidad de paz mental, entre tantas otras causas que se renuevan a cada instante...
El hombre podría ser libre. Esto incluiría hacer todo lo que se quiera hacer, más allá de cualquier cosa. Pero hay demasiados riesgos, entonces se acobarda y se resigna a una libertad condicionada, mal llamada libertad.
Creo que soy libre, pero en realidad hago “lo que quiero” para llegar a cierta comodidad mental, necesaria para subsistir al día a día. Me someto a convenciones y reglas que me llevan por “el buen camino”. Por lo tanto, dejo lo que quiero hacer realmente para el plano mental. Porque si lo hiciera, legalizaría todas mis contradicciones. Y eso sería peligroso para mí y para quienes me rodean...
El ser humano es contradictorio por naturaleza. Y aquel que se niega a esta naturaleza tiene una existencia trágica. De la misma manera, quien no la niega, también sufre, ya que se somete a las contradicciones sufrientes innatas. La naturaleza trágica en el ser humano es inevitable.
Entre nosotros fingimos: nos saludamos, muchas veces somos “educados” ante quien no lo merece para evitar el choque que generaría un conflicto ¿innecesario?.
En cambio, quien es realmente honesto, se vuelve infeliz aunque lo niegue, ya que se queda solo, tarde o temprano. Y quien solo está, es infeliz, aunque no lo reconozca.
El ser humano nace en comunidad para vivir en ella y esto implica regirse por sus cánones. Se cae en una felicidad ficticia cuando se obtiene el reconocimiento de los pares y luego se vuelve a caer en la infelicidad cuando se descubre que hay “algo más”.
Inevitablemente, vamos camino a la verdad, aunque aún no sepamos cuál es. En realidad creemos conocerla pero cuando la alcanzamos, nos damos cuenta que existe ese “algo más”.
En la mayoría de los casos, nos resignamos a “eso“ que encontramos y llamamos “nuestra verdad”. Pero en nuestro interior, sabemos que hay mucho más por descubrir. Pero para buscarlo necesitamos valor y muchas veces ya no tenemos ganas, puesto que lo que encontramos nos proporciona comodidad y felicidad inmediata y al alcance de la mano. Entonces nos preguntamos si es necesario ir tras lo “trascendental”. A veces nos despertamos creyendo que es vital ir en su búsqueda. Pero otras veces pensamos que si indefectiblemente vamos a morir, ¿por qué no disfrutamos de esto llamado vida y nos dejamos de joder?
Como buenos mediocres, tomaremos ejemplos. ¿Quién fue feliz durante todos los momentos de su vida? ¿Alguien puede ser honesto consigo mismo y reconocer una existencia plenamente feliz? Quien esté libre de infelicidad que arroje el primer YO.
Para ser feliz no hay receta, ni autoayuda, ni nada que se le parezca. Uno vive, aprende, habla con otros y ve que hay gente que está mejor, peor o igual que uno.
Para tener una meta de felicidad hay que saber que al llegar a esa meta, no hay nada más por delante. Es decir, ¿para qué voy a seguir viviendo, si ya llegué adonde quería? Indefectiblemente muchos dirán “llegué”, entonces ahora mantengo “esto” y lo disfruto. Pero para mantenerlo hay que sufrir. Muchos creen que disfrutan mientras lo mantienen, cuando en realidad lo único que hacen es resignarse a que no hay nada más a qué aspirar. Nada más porqué seguir en esta existencia: “Ya lo hice, ya gané”. Es triste. Pero llegamos a eso por nuestras contradicciones. Quien reniega de esto, aspira a más. Sigue luchando y piensa: “hay mucho más por delante” pero sabe, en su interior, que está condenado a sufrir.
Acá está el gran dilema: dejar la contradicción y pasar al estrato de riesgo o mantenerse en la posición cómoda de asumirse como “demasiado humano” y seguir siendo “feliz”.
Los hombres distintos son pocos. La tentación de la comodidad es muy fuerte. Pero tarde o temprano, llegará el momento en que la necesidad de trascender sea más fuerte que la de comodidad y ahí es cuando el hombre dará el paso que lo hará diferente a la mediocre mayoría. Cuando se asuma como contradictorio y relegue de todo lo que le “sobre”. Al asumir la naturaleza egoísta, abandone el cascarón de la comodidad y navegue en el océano de la incertidumbre. Eso sí, antes de zarpar, deberá tomar conciencia de que no hay salvavidas reales. Lo único que existe es el deseo de ser “superior” a todos los seres humanos.
Algunos huyen hasta su propio infinito, navegando en un eterno mar de dudas. Otros encuentran otra “comodidad” en otro lugar y allí se quedan. El resto continúa con la certeza de trascender a pesar de todo. Y finalmente el pequeño grupo de valientes, se vuelve inmortal en el recuerdo de unos pocos.
Seamos realistas. Jesucristo, Buda, Moisés, Abraham, Alá, etc... ninguno de ellos es venerado por todos los que vivimos en este planeta. Luego de esta cómoda reflexión, prosigo y me pregunto ¿por qué hacemos lo que hacemos? De seguro hay tantas razones como humanos en el mundo. Pero si las unificamos en una, podría ser para lograr la mayor felicidad posible. Pero siendo fiel a la historia humana, esto es imposible. No existió, no existe y no existirá la plena felicidad de todos los seres humanos.
Existe la razón que no es compatible con el instinto. Simple. Si todos fuésemos racionales, indefectiblemente tendríamos que ser “reprimidos” en algún punto y la represión del instinto lleva al tedio, a lo que es “correcto”. Entonces, si nadie tuviera su “caño de escape instintivo”, las consecuencias serían catastróficas, ya que tarde o temprano se produciría una reacción en cadena que llevaría al apocalipsis de la razón. La humanidad se transformaría en una suerte de “ente” admirada por la nada que nunca alcanzaría su clímax vital y jamás se reconocería como conjunto de animales racionales. Una humanidad así, indefectiblemente habrá reprimido su instinto a instancias de una razón que, a modo de “conciencia”, les dijo: esto “sí” o esto “no”. El empirismo histórico nos demostró que la razón pura es insana y nunca llevó al hombre por un buen camino. El cientificismo creyó que en la “naturaleza racional” el hombre podía ser menos autodestructivo, cuando en realidad el efecto era inverso, ya que al no reconocer su parte animal, se caía indefectiblemente en la represión que carcomió por dentro a demasiadas generaciones de “infelices”.
Por el contrario, si todos nos guiáramos por el instinto, el mundo sería aún más caótico. Tarde o temprano, todos seríamos líderes, jefes, soberanos, presidentes y no habría a quien someter. Imagínense si durante un lapso, fueran fieles solamente a su instinto y dejaran de lado a la razón. ¿A cuántas personas matarían, violarían o someterían a su voluntad?
Por esto es que el hombre debería tender a un justo equilibrio, al “justo medio”. Una neo interpretación aristotélica. Aristóteles fue aquel filósofo griego que proponía el “justo medio” en las pasiones y acciones humanas. Pero no es la idea ahondar demasiado en aquel hombre de los libros de texto, ya que la vida no pasa por un libro, una clase o un texto, sino por todos los libros, clases, textos, gente, sensaciones, ganas o deseos, pensamientos, fantasías y actos que uno pueda tener desde que el cerebro se forma en el vientre de una mujer que lo entrega a la existencia.
Algunos dirán que aquí caí en una defensa de la razón. Nada más errado. El cerebro humano encierra todo este misterio. Todo está ahí: lo bueno, lo malo, lo que no se puede decir, lo más desagradable, las miserias, lo más excelso de la naturaleza humana, la piedad, los sentimientos, el amor, el odio, el deseo, las ganas, el instinto. Todo se encierra en esa masa de tejido, cautiva entre huesos, que nos dice qué, cómo, cuándo, cómo y por qué hacer todo lo que hacemos, decimos, pensamos y soñamos.

9 comentarios:

Valeria Marcela dijo...

Me encanto lo que escribiste, y me gusta la idea de hacerme fiel lectora a tu blog.....mucha suerte, besos!!!!muah!

Mariam dijo...

Cómo que la felicidad no existeeeeeeeeeeeeeeeeee??????

F dijo...

Existe, pero vive en la búsqueda de ella misma!!!

Mariam dijo...

Entonces ese pero no hace ni falta mencionarlo!
Existe en la búsqueda, por lo tanto existe, y listo.

F dijo...

Y ahora que sabemos que existe, ¿somos más felices?

Mariam dijo...

Me extraña mi querido Watson... saber no nos hace ser... ni siquiera si de la felicidad se trata.

F dijo...

¿puedo ser feliz sin saberlo, mi querida sherlock? ¿cómo me entero? ¿sale en el diario?

Mariam dijo...

Hay varios avisadores.
El primero pero no por eso más importante, es el estómago.
Otra posibilidad es mirarse, no mucho sino apenas de vez en cuando, en el espejo. Si el que te mira te sonríe, buen indicio. Y si tenes la boca pintada de tinto, mejor.
Ahora también contamos con los celulares para avisarte. O algún correo.
O el sonido gallinesco de una terrible risa.
Me extraña Watson, de nuevo... no hay que creer lo que sale en el diario!

F dijo...

Entonces soy feliz, y por lo que leo, vos también! ¡Acabaste tu búsqueda! ¿Ahora a disfrutar por fin?