lunes, 12 de abril de 2010

Agitada conciliación


Se trata de no tener miedo a lo imprevisible mientras uno transite un camino que intuye seguro. Ni siquiera hay que temer a que esa supuesta “seguridad” se convierta en terreno movedizo. Extraigo fuerza de mi propia debilidad. Cuando vivía en Quequén, cada vez que subía al faro, me daba mucho vértigo. Eso sí, nunca dejaba de subir por alguna sin-razón. Quizás concientizaba la necesidad de afrontar mis peores miedos. Un día, subí corriendo y al llegar arriba, agitado, no pude más que mirar al mar, hacia abajo y soltar la risa. La fatiga había vencido al deseo in-consciente de arrojarme al vacío. Fue la reconciliación con las alturas.
Salté en paracaídas de un avión a 3 mil metros por el sólo hecho de ver el todo desde arriba, literal-mente. Delirios de omnipotencia al margen, a veces es necesario ver todo lo que (nos) ocurre en perspectiva para darnos cuenta que apenas somos una migaja en este mundo. Eso sí, una migaja capaz de cambiarlo desde algún lugar. Ni más ni menos que del nuestro.
Las pilas tienen sus polos opuestos. No andan si los invertís. Desafío: invertir polaridades y hacer que la pila funcione. ¿Por qué no afrontar ese miedo, ese pánico escénico para luego reírte con y de él?
No es difícil endulzarse hasta sentir que nada más importa si uno logra desnudarse de toda angustia, culpa y demás tormentos mentales, para, al menos una vez ¿más? (en esto llamado vida), decir “soy feliz conmigo y el resto, au revoir”.

No hay comentarios: